sábado, 27 de agosto de 2011

ESPÍRITU.


I. Tanto en griego como en hebreo, el término significa primariamente «viento», «aliento», que implican respectivamente «fuerza» e «interioridad vital. y designa secundariamente realidades no perceptibles con los sentidos; de ahí el juego entre «viento» y «espíritu» en Jn 3,5-8.  
II. Espíritu del hombre (Mt 26,41, en opos. a «carne»; 1 Cor 2,11; 2 Cor 7,1.13) y, por extensión, la persona (“vosotros», Gál 6,18; Flp 4,23; Flm 25; cf. Rom 1,9: «con toda mi alma»).
En Mt 5,3 denota la interioridad del hombre en cuanto dinámica (acto de conocimiento o voluntad, o expresión de sentimiento), por oposición a «corazón» (Mt 5,7), que denota la interioridad estática o permanente (ideología, disposiciones, amores u odios). En el contexto de 5,3 denota primariamente e! acto de voluntad o decisión personal (<<los que deciden/eligen ser pobres»), Acto de conocimiento, en Mc 2,8 (<<intuyendo», lit. «conociendo con su espíritu»): expresión de sentimiento, en Mc 8,12 «<dando un profundo suspiro», lit. «suspirando con su espíritu»), Lc 1,47 «<exulta mi espíritu».
III. Espíritu inmundo, fuerza (espíritu) exterior inaceptable para Dios (inmundo) que despersonaliza al hombre que la acepta, impidiéndole e! uso de su razón, suprimiendo su libertad y dominando su actividad. En los sinópticos, este antiguo concepto designa el fanatismo producido por una ideología de violencia, tanto la nacionalista judía (Mc 1,23.28; 3,l1s; 9,25) como la de los esclavos paganos en rebelión (Mc  5,2-5 par.; 7,25 par.). Cuando el fanatismo se muestra habitual y públicamente, se le llama también «demonio» (Mc 1,32.34; 3,22).
Liberar al hombre de los espíritus inmundos es señal de que llega el reinado de Dios (Mt 12,28; Le 11,20), por eso a la proclamación se une la autoridad para expulsar demonios (Mt 10,1.7s; Mc 3,14s; 6,7; Lc 9,ls; 10,17). La falta de fe/adhesión a Jesús impide expulsar el espíritu inmundo (Mc 9,18.28 par.).
IV. El Espíritu de Dios (Mt 3,16; 12,28; Rom 8,9; 1 Cor 2,11; 3,16; 2 Cor 3,3; Flp 3,3; 1 Pe 4,14; 1 Jn 4,2) o del Señor (Lc 4,8, cf. Is 61,1; Hch 5,9; 8,39) o de vuestro Padre (Mt 10,20) o de Jesús (Hch 16,7) o del Mesías (Rom 8,9; 1 Pe 1,11) o de Jesús Mesías (Flp 1,19) o de su Hijo (Gál 4,6), Santo/santificador (Mc 1,8) o simplemente el Espíritu (Mc 1,10.12).
El Espíritu es la fuerza (Mt 12,28; Hch 1,8; 1 Cor 2,4) de vida de Dios mismo (Rom 8,2), que se identifica con su amor y da al hombre la libertad (2 Cor 3,17). Es fuerza creadora, de él tiene origen la humanidad de Jesús, que da comienzo a una nueva humanidad (Mt 1,18-20; Lc 1,35); en el bautismo, bajá y permanece en Jesús (Me 1,9s par.). Jesús portador del Espíritu (Mt 12,18; Lc 4,18); a partir de su muerte-resurrección, dador del Espíritu (Jn 7,39; Hch 2,33).

a) Símbolos del Espíritu: paloma, espíritu creador, Cf. Gn 1,2 (Mc 1,10 par.); viento, fuerza (Jn 3,8; Hch 2,2); lenguas de fuego, fuerza de convicción; lluvía que empapa y fecunda (<<bautismo con Espíritu Santo» Mc 1,8; 1 Cor 12,13; cf. Sal 63,2), agua (Jn 7,38s; se derrama, cf. Hch 2,17s; Rom 5,5); sello, que hace de los cristianos propiedad de Dios (2 CoI: 1,22; Ef 1,13).
b) Como estaba anunciado (Jl 3,1), Dios derrama su Espíritu sobre todo hombre, por medio de Jesús exaltado (Hch 2,17.33; 10,44-47; 11,15). Espíritu = don de Dios por excelencia (Hch 2,38; 8,20; 10,45; 11,17) para todo el que responde al mensaje con la fe/adhesión a Jesús, independientemente del bautismo (Hch 2,4; 10,44-47) o en el bautismo (9,17s; 19,6). Si anormalmente el don del Espíritu no acompaña al bautismo, hay que suplir con la oración (Hch 8,15-17). Efectos del Espíritu, hablar en lenguas o inspirados (Hch 2,4; 10,45s; 19,6).
c) El Espíritu está en el hombre rehabilitado por Dios (Rom 8,9; 1 Cor 3,16) y lo consagra (1 Pe 1,2); da la experiencia del amor que Dios tiene al hombre (Rom 5,5), hace hijos de Dios (Rom 8,15s; Gál 4,6s), libera al hombre de la tiranía del pecado y de la muerte (Rom 8,2) y del dominio de los bajos instintos (8,9; Gál 5,16); es primicia de la gloria futura (Rom 8,23) y su garantía (2 Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14). Fruto del Espíritu (= madurez cristiana) (Gál 5,22); la libertad, efecto propio del Espíritu (2 Cor 3,17); anima a la Iglesia (Hch 9,31), guía su actividad (Hch 8,29.39; 10,19; 11,12; 13,2; 15,28); crea la unidad (Ef 4,3), su voz es la de Jesús (Ap 2,7.11, etc.); es abogado o valedor de la comunidad cristiana frente al mundo Un 14,16.26; 16,3).
d) Existe oposición entre la ley escrita, propia del AT, y la guía del Espíritu, propia del NT (2 Cor 3,6), que equivale a oposición entre muerte y vida (Rom 7,5; 8,2.6; 2 Cor 3,6), entre esclavitud y condición de hijos (Rom 8,15; Gál 4,7), entre temor y libertad (Rom 8,15). Conforma el modo de pensar al de Cristo (1 Cor 2,16) y da capacidad para juzgar con el criterio del Espíritu (1 Cor 2,14s).
Acción especial del Espíritu en el momento de la persecución (Mt 10,20; Mc 13,11; Lc 12,12); puede «llenar» a una persona y dar habilidad para expresarse (Lc 1,41.67; Hch 4,8.31; 6,5) o eficacia a sus palabras (Hch 13,9).
e) Inspiró a los profetas del AT (Hch 28,25; Heb 10,15; 2 Pe 1,21) Y al salmista (Mt 22,43; Heb 3,7); inspira a los profetas del Nuevo (Hch 11,28; 1 Pe 1,11). Su acción se manifiesta en la asamblea cristiana (1 Cor 14,23s.26; Ef 5,18s); no como premio a la observancia de la Ley, sino como respuesta a la fe (Gál 3,2.5).
V. Jn emplea el término pneuma solamente en sentido positivo (no menciona «espíritus inrnundos»). Ordinariamente designa al Espíritu divino, una vez el pneuma de Jesús (11,33), dos veces el «hombre-espíritu» (3,6; 7,39). En Jn, el gran símbolo del Espíritu es el agua, que significa vida, fecundidad, satisfacción de 1as aspiraciones (sed) del hombre. En el contexto de la boda-alianza, lo es el vino, símbolo de la alegría y el amor.
El Espíritu que baja del cielo sobre Jesús y permanece en él (1,32s) es la riqueza/gloria del Padre, su amor leal, cuya plenitud comunica al Hijo único (1,14). De ahí el paralelo entre las expresiones «amor y lealtad» (1,14) y «Espíritu y lealtad» (4, 23s).
VI. Dios es Espíritu, es decir, fuerza de vida/amor (4,24; cf. 1 Jn 4.8: «Dios es amor»). Al bajar el Espíritu sobre Jesús y permanecer en él de forma estable (1,32s) realiza en su condición humana el proyecto divino (1,14: el Proyecto hecho «carnes/hombre), haciendo de Jesús el Hombre acabado, el modelo de Hombre (el Hijo del hombre); la condición humana llega así a su cumbre, al ser el Hombre «el Hijo de Dios» (1,34), el Dios engendrado (1,18; d. 20,28), en quien se hace visible el Padre (12,14;14,9) (línea de la creación). Al mismo tiempo, el Espíritu lo consagra Mesías (1,41; 6,69; 10,36; 17,19), nuevo David (1,32.33, cf. 1 Sm 16,13) (línea de la Alianza-Pascua o de la liberación/salvación, cf. Introd. a Juan). La salvación se efectúa dando remate a la creación.

La misión de Jesús como Mesías es comunicar el Espíritu (1,33), simbolizado por el agua del costado (19,34); por ella, el hombre «nace de nuevo/de arriba» (3,3.7). En la muerte de Jesús, la manifestación de la gloria/amor del Padre coincide con la entrega del Espíritu/amor (13,31s; 17,1), culminación de su obra (19,30.34). 
La plenitud de la gloria/Espíritu que reside en Jesús hace de él el santuario de Dios (1,14; 2,19.21), el nuevo templo de donde fluyen los ríos del Espíritu (7,38s); los que le dan su adhesión pueden beber de este agua viva (7,38s), participando así de su plenitud (1,16).
La comunicación del Espíritu (Mc 1,8 par.) caracteriza a la nueva alianza, sustituyendo a la Ley (1,17: «amor y lealtad» = Espíritu). 
VII. a) La comunicación al hombre del Espíritu/amor produce una separación (consagración) o ruptura consumada con "el mundo», liberándolo del «pecado del mundo» (1,29), la integración en el orden injusto (8,23). «El mundo» o sistema de injusticia está caracterizado por su actitud en contra de la vida y del hombre (8, 44: homicida y mentiroso); el Espíritu/amor leal efectúa la separación por el cambio de actitud hacia el hombre.

b) Con otra imagen, el Espíritu, principio vital, realiza -en el hombre un «nuevo nacimiento» (3,3.5.7), que se contrapone al de «la carne» (3,6) y hace superar esa condición, caracterizada por la debilidad; lleva así a término la obra creadora (cf. 20,22: «sopló», línea de la creación). En otras palabras, el hombre no llega a serio del todo mientras no posea la capacidad de amar que comunica el espíritu; así completado, es «espíritu» (3,6; 7,39), semejante a Dios (4,24). «Nacer del Espíritu» significa «nacer de Dios» (1,13), recibir la capacidad de «hacerse hijo de Dios» (1,12) por la semejanza con él que produce la práctica de! Amor.
c) El Espíritu comunicado al hombre, simbolizado por el agua viva y vivificante (4,14), se convierte en un manantial interior que vivifica el ser y la actividad de cada uno; es principio personalizante, que desarrolla las capacidades del hombre y produce vida definitiva (4,14; 6,63).
d) La práctica del amor leal, para la que capacita el Espíritu, es el único culto que e! Padre acepta (4,23s).
e) Las exigencias de Jesús son Espíritu y, en consecuencia, son vida (Espíritu principio vital), pues su práctica comunica el Espíritu sin medida (3,34); la práctica del amor es fuente inagotable de Espíritu.
VIII. En la comunidad, el Espíritu es el valedor permanente que le da seguridad (14,16s). Él le enseña, recordándole el mensaje de Jesús: la experiencia de! Espíritu recibido descubre el sentido de sus palabras (14,26). Es el Espíritu de la verdad porque actualiza el mensaje de Jesús (el del amor hasta el extremo), que es «la verdad» (14,6), y porque, al ser aceptado, la experiencia de vida que produce hace conocer la verdad (8,31s).
La venida del Espíritu a la comunidad se identifica con la de Jesús (14,17 -19); el nuevo valedor no lo sustituye, sino que lo hace presente, interiorizando a Jesús en los discípulos; es una nueva calidad de presencia y ayuda de Jesús mismo; no externa, como antes de su muerte-exaltación, sino interior (14,17).
En la comunidad, el Espíritu da testimonio de Jesús (15,26) Mesías e Hijo de Dios (d. 20,31). Los discípulos, a su vez, lo dan en medio del mundo (15,26). El contenido del testimonio no es e! enunciado de una verdad, sino la persona misma de Jesús vivo, cuya presencia se percibe por «sus obras»: la transformación que produce e! Espíritu en los que dan su adhesión a Jesús.
El Espíritu crea la unidad (17,11b.21-23) y da la experiencia interior de ella (14,20); consagra a los discípulos para la misión, que es la de Jesús (17,17s; 20,21s). Él los sostiene frente a la hostilidad del mundo, dándoles la seguridad en su postura (16,17-11). Él les irá interpretando los acontecimientos, capacitándolos así para una misión eficaz (16,13). Habla en la comunidad por medio del mensaje profético, cuyo contenido recibe de Jesús (16,14s).
IX. «Espíritu» (gr. pneuma), amor leal (kharis kai alêtheia, agápê), gloria (dóxa), vida (zôê), son términos que denotan una misma realidad, que Jesús recibe del Padre y los discípulos, a su vez, de Jesús. Se llama «Espíritu» en cuanto es la fuerza vital de Dios mismo y consagra para una misión. «Amor», en cuanto describe la naturaleza de esa fuerza vital y produce la actividad propia de la vida. «Gloria» (= esplendor, riqueza), en cuanto es posesión de la riqueza del Padre y esplendor visible de la actividad del amor. «Vida», en cuanto exalta las capacidades de! hombre y le hace superar la muerte. La «verdad», por su parte, es la experiencia formulable de la vida que produce el Espíritu y que lleva a conocer el ser de Dios (su amor) y e! del hombre (el proyecto de su amor).

ESPERANZA.

I. En los sinópticos, Jesús no predica la esperanza en abstracto, anuncia su motivo: «está cerca e! reinado de Dios» (Mc 1,15 par.). El, como Mesías, es la esperanza de las naciones (Mt 12,21; cf. Rom 15,12; Col 1,27).

II. También en Jn el término «esperanza» está ausente. La única vez que utiliza e! verbo «esperar» (5,45) se aplica a los dirigentes judíos, que ponían su esperanza en Moisés.
En la comunidad de Jesús, las realidades escatológicas están ya presentes: los que le han dado su adhesión no están sometidos a juicio (3,18; 5,24); la vida definitiva, propia de! mundo futuro, no es objeto de esperanza, sino de posesión (5,24; 6,54); el discípulo vive en unión íntima con Jesús (10,14s; 15,1ss) y e! Padre (14,23; 17,3), participando de su gloria (e! Espíritu/amor, 1,16; 17,22). La salvación no es, pues, objeto de esperanza, sino de experiencia, la de! amor de Jesús, presente en el de los hermanos.
III. En las cartas, la resurrección de Jesús, que prueba la victoria de la vida sobre la muerte, es el fundamento de la fe y de la esperanza (1 Cor 15,12-20; Ef 1,19s; 1 Pe 1,3.21); la esperanza da la certeza de la salvación (Rom 5,10; 8,31-39; cf. 1 Cor 1,8s). La Escritura, fuente de esperanza (Rom 15,4).
La fe incluye la esperanza (Rom 4,18; Heb 11,1), aunque también se distingue de ella (1 Cor 13,13). Como la fe, la esperanza nace del llamamiento de Dios (Ef 1,18; 4,4), de la buena noticia (Col 1,23). No defrauda, pues e! Espíritu da la experiencia interior del amor de Dios (Rom 5,4s). Ella es e! orgullo de! cristiano (Rom 5,2; Heb 3,6) y fuente de su ánimo (Heb 6,11.18s; 10,23; 1 Tes 5,8). Los que no tienen a Dios no tienen esperanza (Ef 2,12; 1 Tes 4,13).

ESCRITURA.

I. La mención de la Escritura es frecuente en los sinópticos (<<estaba escrito»: Mt 2,5; 4,4; 6,7.10, etc.; Mc 1,2; 7,6; 9,12s; 11,17, etc; Le 2,23; 3,4; 4,4.17; 18,31, etc; la Escritura o un pasaje: Mt 21,42; 22,49; 26,54.56; Mc 12,10.24; 14,49; Lc 4,21; 24,27.32.45).

II. Una sola vez utiliza Jn el plural (5,39: lit. «las Escrituras») para indicar el AT en cuanto es anuncio, figura y preparación del Mesías (cf. 1,46: Ley y profetas). El estudio de la Escritura no da vida definitiva (= el Espíritu), pero ella da testimonio de Jesús, el dador de vida (5,39s). El mensaje de Dios contenido en ella se verifica en las obras de Jesús (5,36; cf. 8,55). El singular griego (he graphe) denota un pasaje determinado (de un salmo: Jn 2,22; 7,38; 10,35; 13,18; 19,24. 28; 17,12 remite a 13,18; del Éxodo: 19,36; de los profetas: 17,37; 20,9 parece remitir a Is 26,10, según e! texto implícito en 16,21). En 7,42, en boca del pueblo, incluye dos textos (2 Sm 7,12 o Sal 89,34 y Miq 5,2). Las citas no son siempre literales.

Se designa también la Escritura con la fórmula «estaba escrito» (2,17; 6,31.45; 10,34; 12,14.16; 15,25). El letrero de la cruz es el título de la nueva Escritura, la definitiva (19,19-22), cuyo contenido es Jesús mismo crucificado.

En dos ocasiones se afirma que los discípulos no entendieron un pasaje de la Escritura hasta después de la muerte-resurrección de Jesús (2,17.22; 12,14.16; cf. 20,9). Para dar la adhesión a Jesús hay que partir de su persona y actividad (7,31), no de los textos escritos (7,42), que han de ser vistos a su luz.

III. Se cita también con frecuencia la Escritura en los demás escritos de! NT (cf. Hch 1,20; 7,42; 13,33; 15,15; Rom 1,17; 2,24, etc.; 1 Cor 1,19; 2 Cor 8,15; Gál 3,13; Heb 10,7; 1 Pe 1,16). En Rom 1,2 se habla de «las Escrituras santas»; argumentos de la Escritura: Rom 4,3; 9,7; 10,11; 11,2; la inspiración se afirma en 2 Tim 3,16.

ESCATOLOGÍA.

I. Según su significado, la escatología trata de la época final, y puede concebirse de dos maneras: intrahistórica o apocalíptica. La primera considera la edad última y definitiva de la historia humana; la segunda concibe un fin catastrófico de! universo y la inauguración de un mundo nuevo sobre los escombros del antiguo.

Los evangelios presentan ante todo una escatología intrahistórica o de presente (cf. Mt 6,9-13: e! Padre nuestro). La época final comienza con la muerte-resurrección de Jesús, que, por el  don del Espíritu a los hombres, inaugura el reinado de Dios. La época final no destruye la pasada, sino que coexiste con ella. Se verifican, sin embargo, acontecimientos que van liberando a la humanidad y extendiendo el reinado de Dios; en primer lugar, la destrucción de la nación judía, centrada en e! templo (Mc 13,2.19 par.), que permitirá la entrada de los paganos en el Reino (Mc 9,1; 13,30 par.). Seguirá la caída sucesiva de otros regímenes opresores (Mc 13,24s par.). La caída de los opresores supone el triunfo del Hombre, presentado bajo la imagen de su llegada gloriosa (Mc 14,62; 13,26 par.).

La historia se concibe como un proceso de maduración de la humanidad gracias a la difusión de! mensaje de Jesús y a la comunicación de vida (Mc 4,26-29.30-32 par.).

El reino de Dios o sociedad humana según e! designio divino no termina, sin embargo, en este mundo. Jesús afirma que «el poder de la muerte no la derrotará» (Mt 16,18); de hecho, los que han contribuido a la difusión del mensaje y han sufrido persecución y muerte van siendo reunidos por Jesús en e! Reino definitivo (Mc 13,27 par.). Se va constituyendo así la ciudad permanente (Heb 11,10).

II. a) En Jn, la expresión «e! último día» sustituye a la que era habitual en el judaísmo, «e! final del los días»; ésta señalaba la divisoria entre dos mundos o edades, e! fin de! mundo antiguo y perecedero y el principio de! mundo definitivo, que coincidía con el fin de la historia.

La expresión aparece siete veces: cinco utilizada por Jesús (6,39.40.44.54, referida a la resurrección; 12,48, al juicio que ejercerá su mensaje), una por el narrador (7,37, referida a la fiesta de las Chozas), una por Marta (11,24, referida a la resurrección).

Marta piensa en categorías tradicionales judías (11,24: Ya sé) y considera el último día fecha lejana. En boca de Jesús «el último día» (cf. 7,37-39) es el de su muerte, el de la nueva Pascua. Jn concentra así toda la expectación escatológica del AT en la muerte de Jesús, que es su exaltación (cf. 3,14); ella es la divisoria entre las dos edades. La escatología se inserta en la historia; en la cruz comienza el mundo nuevo y definitivo.

En la cruz se verifican los acontecimientos de «el último día»: el juicio del mundo y de su jefe (12,32s; cf. 12,48), la efusión universal del Espíritu al 3,14s), la realidad de la vida definitiva (3,14s), la resurrección (6,39ss).


El mundo antiguo es el de la creación no terminada, el mundo de «la carne»; el nuevo es la creación llevada a su término, el mundo del «espíritu». La cruz, símbolo de su muerteexaltación, es el estado definitivo de Jesús (3,14s; 12,32; 19,34), simbolizado por el costado abierto aun después de la resurrección (20,20.25.27), de donde invita a todos a beber del agua del Espíritu (7,37-39). De ahí que «el último día» se prolongue a lo largo de la historia, ejerciendo en ella el juicio del mundo y concediendo la vida definitiva y la resurrección a más y más hombres. Crea así el ámbito del mundo definitivo en medio del mundo transitorio.


Jn concibe así la realidad escatológica como realizada plenamente en Jesús y progresivamente en los hombres; es una escatología presente, pero no estática, sino con un dinamismo de integración. La humanidad nueva va existiendo a medida que se termina la creación en los individuos con el don del Espíritu.             

b) «El último día», en cuanto abre el mundo definitivo y se prolonga en la historia, se llama «el primer día de la semana» (20,1.19), aludiendo al principio de la creación (Gn 1,5). Es el principio del mundo nuevo y señala su novedad. Es, al mismo tiempo, «el octavo día» (20,26). Por oposición al número siete, que indicaba el término de la primera creación, el ocho denota el mundo venidero. El día que es «último», final, es al mismo tiempo «primero», inaugural, y «octavo», pleno y definitivo.

Otra denominación del día "último» y «primero» es «aquel día», el de la vuelta de Jesús con los suyos después de su muerte (14,20;16,23.26).

c) En Jn, Jesús menciona dos subidas al Padre, una definitiva(20,17; cf. 3,13) Y una no definitiva. Esta última supone una vuelta y corresponde a la marcha de Jesús para enviar el Espíritu (15,26; cf. 20,22); esta «subida» se identifica con la exaltación de Jesús, el Hombre levantado en alto (3,14s; 8,28; 12,31), verificada en su muerte (19,30). A partir de entonces se verifica la continua venida de Jesús (20,19.26; 21,13.22; cf. 14,3.28). Bajo esta imagen se describe su acción permanente en la comunidad.

La subida definitiva, mencionada dos veces (3,13; 20,17), no admite vuelta (subir al cielo/al Padre para quedarse); cuando se verifique será el momento de la unión definitiva (20,17). Con esta imagen señala Jn que el proceso de realización de la humanidad llegará a su término y alcanzará su plenitud. Habrá un momento en que Jesús deje de venir (21,22); será entonces cuando tendrá lugar «la subida definitiva» del Hombre con la nueva humanidad realizada. Cesará la coexistencia del mundo antiguo con el nuevo, permaneciendo solamente el mundo transformado, la plenitud de la nueva creación.

III. Existe en la comunidad judeocreyente la expectativa de una segunda venida de Jesús para restaurar el reino de Israel (Hch 1,6; 3,20s). También las cartas paulinas reflejan una expectación semejante, aunque referida a la comunidad cristiana (1 Cor 7,29-31). En 2 Tes se atribuye a la llegada del Señor un carácter vindicativo, con alivio de los cristianos y castigo para sus perseguidores (2 Tes 1,4-10). La segunda carta de Pedro constituye una excepción, pues concibe el fin como una conflagración apocalíptica, con destrucción del mundo por el fuego (2 Pe 3,10-13).

IV. El Apocalipsis presenta una visión de la historia muy semejante a la de Marcos. La destrucción de Jerusalén queda en el pasado, y el proceso liberador de la humanidad está concentrado en la caída del Imperio romano, como realidad histórica y prototipo del poder opresor (13; 17-18). La realidad futura no está precedida de una catástrofe apocalíptica. Se concibe como una ciudad, la nueva Jerusalén, don de Dios a los hombres en el nuevo universo (Ap 21-22).

ENEMIGO.

I. El término griego diábolos significa «calumniador, chismoso» (1 Tim 3,11; Tit 2,3). A menudo traduce el hebr. satan (Jn 13,27; cf. Ap 20,2), que designa originalmente al adversario que acusa en un juicio (Sal 108,6; d. 1 Mac 1,36); de ahí pasa a significar un miembro de la corte celeste que acusa al hombre ante Dios (Job 1,6-12; 2,1-7); más tarde, separado ya de la corte celeste, se llama «Satanás» a un espíritu enemigo del hombre, que procura su ruina y quiere destruir la obra de Dios.

II. «El Malo/Perverso» (gr. ho ponêrós: Mt 5,37; 6,13; Jn 17,15) es una denominación del Enemigo que indica su maldad intrínseca y lo presenta como inspirador del «modo de obrar perverso» propio del mundo (Jn 7,7; cf. 3,20; Mt 7,11; Lc 11,13).

En Mc, y de modo semejante, en Mt y Lc, Satanás (Mc 1,13; Mt 4,10; Le 4,2.3.613: «el diablo») es la: figura del poder, que tienta al hombre excitando su ambición de dominio. La tentación del desierto se va verificando durante la vida pública de Jesús (cf. 1,24; 3,l1s; 8,11; 10,2). Pedro, que se opone al destino del Hombre, encarna la figura de Satanás (8,31-33; Mt 16,23).

En Jn, «tener por padre al Enemigo/diablo» se opone a «tener por Padre a Dios» e implica obrar de modo contrario al designio divino y ser idólatra (8,41b), acusación implícita en 2,16: «casa de negocios»; el dios que ha suplantado al Dios de Israel es la ambición de riquezas. Jn identifica al Enemigo homicida y embustero con el poder del dinero. Como el que nace del Espíritu es «espíritu», el que nace del Enemigo es «enemigo», agente de mentira y de muerte (6,78; cf. 12,5s; 13,21,30).

Jesús pide al Padre que guarde del Perverso a los discípulos (17,15). La obra de Jesús fracasaría si la comunidad, que debe permanecer en medio de la sociedad existente, se dejara arrastrar por la ambición de dinero y poder, asimilándose a la injusticia del mundo (cf. 7,7).

En los otros escritos del NT se menciona a veces a Satanás (cf. 1 Cor 3,5; 2 Cor 11,14; Ap 2,9.13.24; 12,9; 20,2.7) Y «al diablo» (cf. Hch 10,38; Ef 4,27; 1 Pe 5,8; 1 Jn 3,8; Ap 2,10. 12,9; 20,2).

III. Enemigo, tiniebla, mundo. Relación de estos tres conceptos en Jn: a) El Enemigo, el dios-dinero, está instalado en el templo (2,16), su santuario es el Tesoro (8,20); es «padre» de los dirigentes y «padre» de la mentira (8,44). Es decir, la ambición y culto del dinero da origen a dos realidades: un círculo de poder (los dirigentes) y una ideología (la mentira).

b) La ambición cristaliza en un grupo dominante que, a costa del pueblo busca su propio provecho (10,1.8.10: ladrones) y gloria (5,40-44; 7,18; 12,42s). Está personificado por Jn en la figura de «el Jefe del mundo/orden este» (12,32; 14,30; 16,11), que subraya la identidad de motivación y unanimidad de objetivos del círculo de poder. Es un tirano homicida, como el principio que lo inspira (8,44; cf. 8,40; 11,53); tiene a su servicio guardias y siervos (18,18), agentes de su violencia (7,32; 18,3. 12.22; 19,6; d. 10,1.8: bandidos).

c) El círculo de poder crea una ideología que justifica su posición y somete al pueblo, inspirada por e! mismo principio: el provecho y gloria personal. La ideología al servicio del dios-dinero propone una idea falsa de Dios (la mentira), que oculta (1,5: la tiniebla) el designio de su amor. Presenta un dios que priva al hombre de libertad, sometiéndolo a una Ley y que pone la observancia de ésta por encima del bien de! hombre (5,10.16.18; 7,22s; 9,16.24). Enseña al pueblo a no tener opinión propia (7,26) y a someterse a los maestros y a los jefes (7,40); presenta el plan salvador de Dios en clave de poder y dependencia (Mesías dominador) no de amor y libertad (2,17; 3,2; 12,34); dicta las condiciones para agradar a Dios (11,56; d. 7,49); prescribe el culto explotador (2,14-16; 10,1.10).

d) El conjunto de los que aceptan la ideología y se adhieren al sistema de poder constituye «el mundo» (7,7; 15,18ss), la estructura social injusta (8,23), la solidaridad del mal. El influjo de la ideología es tan fuerte que, a pesar del deseo de liberación que experimenta, el pueblo vuelve a dejarse dominar por ella (12,34s.40).

IV. Frente a esta realidad de mal, enemiga de Dios, aparece la realidad que Dios crea:

a) El Padre, el único Dios verdadero (17,3), es Espíritu (4,24), es decir, fuerza de amor, don gratuito y generoso de sí mismo (1,14). Su santuario es Jesús, e! Hijo, en quien brilla su gloria/amor. El infunde al hombre su Espíritu/amor, diametralmente opuesto a toda ambición de provecho o gloria personal (5,40; 7,18).

b) Frente al «jefe del orden este» (el círculo de poder) está Jesús, el rey que no pertenece al orden este (18,36), quien, en vez de quitar la vida al hombre, da la suya para salvarlo de la muerte y comunicarle vida abundante (19,30: el Espíritu; 3,14s: vida definitiva; cf. 6,39s; 10,10b). Este rey no tiene guardias (18,36) ni siervos, sino amigos (15,13-15).

c) Misión de este reyes dar testimonio de la verdad, la del amor incondicional de Dios por la humanidad (3,16) y de su proyecto sobre el hombre (1,4), opuesta a la mentira del dios que somete al hombre; él es la luz que libera de la tiniebla (8,12; 9,5; 12,35s.46). Hace conocer la verdad/vida comunicando el Espíritu de la verdad (14,17; 15,26; 16,13; cf. 19,30) que hace experimentar el amor de Dios y crea la relación Padre-hijo y da al hombre la libertad y dignidad propia de los hijos de Dios (8, 31s).

d) El conjunto de los que reciben el Espíritu de Dios dando su adhesión a Jesús constituye la humanidad nueva; da así comienzo la sociedad según el proyecto de Dios, la solidaridad del amor, que se expresa en el servicio mutuo (13,15.34) y realiza las obras de Dios en favor del hombre (9,4).

DOCE. LOS

El número “doce” alude a las doce tribus de Israel. Éstas no habían tenido realidad histórica desde la vuelta de Babilonia; el número «doce» es, por tanto, ideal y se refiere a la restauración final de Israel, a la época escatológica. «Los Doce» representan así al Israel mesiánico.

Sin embargo, el significado de «los Doce» varía según los evangelistas. En Mt, que basa su teología sobre la promesa hecha a Abrahán (1,1: «hijo de Abrahán»), el Israel definitivo o descendencia de Abrahán abarca a todas las naciones (cf. Gn 17,4s; 18,18; 21,17s). La figura de «los Doce» incluye, por tanto, a todos los discípulos de Jesús (10,1:«sus doce discípulos»), pertenezcan o no a Israel (cf. 9,9, Mateo el recaudador, excluido de Israel, pero incluido en la lista de los Doce, 10,1-4); de ahí que en Mt no se narre la constitución del grupo de los Doce (en 10,1-4, convocación para la misión).

Mc, en cambio, distingue dos grupos entre los seguidores de Jesús: «los Doce» o «discípulos», que abarca a todos los que proceden del judaísmo (3,13ss) y el grupo de los que no proceden de él (2,14, Leví, no incluido en la lista de los Doce, 3,16-19).

Lc, aunque llama «discípulos» a todos los seguidores de Jesús, sigue a Mc: «los Doce» representan a los que proceden del judaísmo (Lc 6,13-16); Leví, el recaudador (5,27s), no está incluido en la lista de los Doce; éstos se contraponen a «los setenta», número de la totalidad de los pueblos, según la idea de la época; éstos representan a los que no proceden de la institución judía. En Hch, el grupo de «los Doce» se contrapone al de «los Siete» (6,1-5).

Jn no describe la constitución ni ofrece la lista de "los Doce» (6,67). Mencionados por su nombre, aparecen en este evangelio solamente siete discípulos: Andrés y Simón Pedro (1,40), Felipe (1,43), Natanael (1,45), Tomás (11,16), Judas Iscariote (6,71) y el otro Judas (14,22). Sin nombre, el compañero de Andrés (1,35.40), continuado por el discípulo predilecto (13,23) y los hijos de Zebedeo (21,2). José de Arimatea aparece como discípulo clandestino. «Los Doce» representan en Jn a la comunidad cristiana en cuanto en ella culmina un pasado y es heredera de las promesas de Israel. Después de la resurrección, en la pesca, el número doce queda sustituido por el grupo de siete discípulos (21,2), que alude a la totalidad de los pueblos (setenta) y señala el futuro de la comunidad de Jesús.

viernes, 26 de agosto de 2011

DISCÍPULO.


I. Jesús llama al seguimiento (Mt 4,18-22 par.;. 8,22; 9,9 par.; 19,21 par. Lc 9,59) y explica al que lo desea las condiciones para él (Mt 8,19s par.). Entre los evangelistas, Me llama «discípulos» solamente a los seguidores que proceden de la institución judía (según el texto de Is 54,13); el otro grupo de seguidores que no proceden de ella es designado como «los que estaban en torno a él» (3,32. 34; 4,10) o «la multitud» (7,14; 8,34; cf. 3,32; 5,24b; 9,25). Lc distingue los dos grupos de seguidores, pero usa para todos la denominación «discípulo» (6,13). Mt Y Jn no distinguen entre los dos grupos. Usaremos «discípulo» en el sentido general de «seguidor»


II. a) En los sinópticos, las condiciones para seguir a Jesús son dos (Mc 8,34 par.). La primera es «renegar de sí mismo», es decir, renunciar a los valores y ambiciones que propone la sociedad: dinero, prestigio, poder; en Mc, esta condición está explicada en 9,35 con la frase «hacerse último de todos y servidor de todos»; en e! caso del rico (Mc 10,21 par.), como «vender todo lo que se tiene y darlo a los pobres» (cf. Lc 12,33; 14,33; 16,1-15). La segunda condición es «cargar con su cruz», es decir, asumir la hostilidad de la sociedad injusta debida a la renuncia a la ambición, que subvierte su escala de valores, estando dispuesto a afrontar la deshonra y la muerte (cf. Mc 15,21 par.); la persecución es inevitable, por la maldad de! mundo (Mt 10,22; Jn 15,21). El cumplimiento de estas condiciones es la concreción de la fe/adhesión a Jesús.
Estas dos condiciones están en Mt y Le en paralelo con la primera y última bienaventuranzas (5,3: elegir ser pobre; 5,10; vivir perseguido; Lc 6,20.22; cf. Mt 6,19-21.22s.24; 13,44-46), y en Mt y Mc con «comer el pan» y «beber el vino» de la eucaristía.
Ambas condiciones miran a la creación de la sociedad alternativa llamada «el reino de Dios» (Me 1,15 par.), cuyos valores son diametralmente opuestos a los de la sociedad injusta: compartir en lugar de acumular riqueza, igualdad en lugar de buscar prestigio, servicio en lugar de dominio. En la simbología de! éxodo, correspondería a la tierra prometida.
La renuncia y el seguimiento de Jesús llevan a la felicidad ya en este mundo (Mc 10,29s par.); ninguna angustia (Mt 6,33; Lc 12,31s).
b) En Jn, la primera condición se formula como «no pertenecer al mundo/orden este» (17,14.16), lo que tiene por consecuencia inevitable la persecución (15,18-20). También en Jn, «comer la carne» de Jesús y «beber su sangre» incluyen la misma realidad.
Al seguimiento de Jesús, que identifica con su vida y con su muerte, responde el don del Espíritu, que establece la relación con Dios como Padre (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.8.9, etc.; Jn 20,17). El hombre renovado por e! Espíritu es e! fundamento de la sociedad nueva (el reino de Dios).
III. El discípulo y la comunidad tienen por distintivo e! amor fraterno (Mt 7,12; d. 22,34-40 par.; Jn 13,35; 15,12.17), igual al de Jesús (Gn 13,34), expresado con obras (Mt 5,42.44; 18,21s; Mc 10,42-45 par.; Lc 6,27s; 10,25-37; 17,3s).
La motivación del discípulo no es adquirir méritos (Mt 19,30-20,16; Lc 17,7-10), sino e! agradecimiento y la alegría por la gracia recibida (Mt 5,44s; 13,44; 18,26s; Lc 18,11-14; 22,27; Jn 13,14).
"Entrar en el reino de Dios», que se verifica al hacerse discípulo, exige una fidelidad que supere con mucho la observancia de los preceptos de la Ley (Mt 5,20; cf. 5,21-48) Y la renuncia a toda ambición (Mt 18,3s par.; 19,14). Es casi imposible que un rico se haga discípulo (Mc 10, 24s par.). Necesidad de una decisión (Lc 9,62).
Seguir a Jesús se antepone a los vínculos de familia (Mt 10, 37; Lc 14,26) y crea lazos más fuertes que los de sangre (Mc 3,31-35 par.).
Jesús no pretende proponer doctrinas esotéricas ni llevar individuos aislados a la perfección, sino preparar una alternativa al orden injusto (cf. Jn 8,23); para ello hay que formar grupos donde se viva el mensaje de amor mutuo y se proclame .al mundo; de ahí la importancia de la misión (Mc 3,14s par.; Jn 17,18; 20,21).
IV. En Jn aparecen tres tipos de discípulos: a) Los que eran discípulos de Juan Bautista (1,35), escucharon sus palabras (1,37.40) y siguieron espontáneamente a Jesús (1,37s.40); están representados por uno innominado y Andrés (1,33-40). Como Juan, habían roto con las instituciones, y conocían la calidad del Mesías (1,36: «el Cordero de Dios»), portador y comunicador del Espíritu, e! Hijo de Dios (1, 32-34). Son los discípulos modelo, que se quedan a vivir con Jesús (1,38s) en la esfera del Espíritu.
b) Simón Pedro, discípulo de Juan Bautista, pero que no lo ha escuchado; no conoce, por tanto, las características del Mesías. No va espontáneamente a ver a Jesús, sino conducido por su hermano (1,42). Jesús no lo llama a seguirlo ni Pedro lo reconoce por maestro (cf. 1,38.49); no se pronuncia por él ni expresa reacción alguna.
e) El tercer tipo está representado por Felipe y Natanael, que no han sido discípulos de! Bautista. De ahí que Jesús tenga que llamar a Felipe, invitándolo a ser discípulo (1,43). Éstos están apegados a las instituciones del pasado (1,45). Natanael (<<Dios ha dado», «Don de Dios») es la figura masculina representativa del Israel fiel a la alianza (1,48.50; cf. Os 9,10), que espera e! cumplimiento de las promesas. No se quedan a vivir con Jesús, es decir, no entran aún en la esfera del Espíritu.
A partir de la Cena (13,23s), Jn asocia cinco veces a Pedro la figura de un discípulo innominado (13,23s; 18,15s; 20,2-10; 21,7.20ss). Cuatro de ellas es designado como «el discípulo predilecto de Jesús». Es el personaje masculino que representa a la nueva comunidad bajo la figura del amigo íntimo de Jesús, como María Magdalena es el personaje femenino, en figura de «esposa».

DIOS.


I. Mc distingue los apelativos de Dios: «Dios» (bo theos) designa al Creador (13,19) e incluye la idea de universalidad (1,15, etc.); «Señor» (gr. Kyrios, sin artículo; 13,20), traducción de «Yahvé», designa al Dios de Israel (cf. Mt 1,20; 4,7;, etc.; Le 1,17.38; 2,9; 4,18); para la comunidad cristiana, Dios es designado como «Padre».
«Señor», sin artículo, designa a Dios en las citas del AT (Mt 1,22; 2,15; 3,3; 21,42; 22,44; 23,39; Mc 1,3; 11,9; 12,11.36; Lc 4,8.18s; 13,35; Jn 1,23; 12,13; 12,38a).
En los evangelios, «el Señor» suele aplicarse a Jesús, como título de respeto (en boca de los discípulos, Jn 6,69; 11,3. 12.21.27.32, etc.; en boca de otros personajes, 4,11.15.19.49; 5,7; 6,34; 9,36.38) que Jesús confirma (13,13.14); el narrador lo utiliza en 6,23; 11,2; 20,20; 21,12 (cf. Mt 7,21s; 8,2ss; 21,25. etc.; Mc 7,28; 11,3; Lc 5,8.12; 9,54, etc.).
II. a) En Jn, «Dios», en gr. con artículo, designa a Dios Padre (6,27; 16,27s, etc.; en 20,28, dirigido a Jesús, la forma articulada equivale al vocativo). «Dios», sin art., designa la condición divina (1,1c.13.18), a menos que vaya precedido de preposición (1,6; 9,16.33, etc.).
b) Dios es Espíritu (4,24), es decir, fuerza de vida cuya actividad es el amor generoso y fiel (1,14). La actividad de su amor que comunica vida hace que sea designado como Padre. El Padre es el único Dios verdadero (17,3; cf. 5,44) y, paralelamente, sólo aquel que se manifiesta como Padre es el Dios de Jesús y de sus discípulos o hermanos (20,17).

c) La falsa imagen de Dios es la que oculta su calidad de Padre, es decir, su amor al hombre y su designio de darle vida plena, presentándolo, en cambio, como el Soberano que somete (cf. 15,15), poniendo la observancia de la Ley por encima del bien del hombre (5,10; 9,16.24;cf. Mc 3,4). Es la idea del Dios exigente la que crea la continua conciencia de pecado. Esta falsa idea de Dios es «la mentira» (8,44) o «la tiniebla» que intenta apagar la luz (1,5).
Los dirigentes judíos presentan la imagen de un Dios opresor que legitima la opresión que ellos ejercen; Jesús revela un Dios liberador que, por su medio, saca al hombre de la esclavitud para darle la condición de hijo (8,36). La deformación de Dios puede llegar hasta el punto de pensar que se le ofrece culto dando muerte al hombre (16,2).

DÍA.

El término gr. béméra tiene varios significados: a) el período de veinticuatro horas que constituye un día de la semana (Mc 8,31 par.; 9,2 par.; 14,1 par.; Jn 5,9; 9,14; cf. 1,39; 4,43; 11,53; 12,1.7). A efectos de datación, día incompleto se considera día transcurrido (Jn 2,1.19.20); b) en oposición a «noche», período de doce horas (Mt 4,2; Mc 4,27; 5,5; Jn 9,4; 11,9); c) en [n, el período de tiempo (8,56: «este día mío») que abarca la presencia y actividad del Mesías. Es tiempo en que hay luz (11, 9); d) un día con alguna determinación: «el último día» Un 6, 39s.44.54; 7,37; 11,24; 12,48); el día primero de la semana (Jn 20,19; cf. 20,1; Mc 16,2); a los ocho días (20,26); aquel día (14,20; 16,23.26).

En Mc, «aquel día» designa el de la muerte-exaltación de Jesús (2,20; 14,25), el de la misión de los paganos, consecuencia de esa muerte (4,35) y, como contrapuesto a la hora/pasión, la integración en el Reino definitivo (13,32; cf. 13,11.27). «En aquellos días», el tiempo del cumplimiento de las promesas, que comienza con Juan Bautista (Mc 1,9), en el que se verifica el éxodo/liberación de los paganos (8,1), cae el régimen opresor judío (13,17.19s) y los regímenes paganos (13,24s).

En general, «días» significa «tiempo» (Mt 11,12; Mc 2,20; Lc 2,6; Hch 7,45; Ef 5,16). «Cuarenta días», por alusión a los cuarenta años del éxodo de Israel, indican el tiempo de la vida pública de Jesús, tiempo de la tentación (Mc 1,13 par.) o de su comunidad (Hch 1,3).

En las cartas se encuentra la expresión «el día del Señor» o equivalentes (1 Cor 1,8; 3,13; 5,5; 2 Cor 1,14; cf. Ef 4,30; Flp 1,6.10; 2,16), indicando el momento del encuentro final, individual o comunitario con el Señor; a veces se subraya lo imprevisto de su llegada (1 Tes 5,2.4; Ap 3,2; 16,15). En la concepción apocalíptica de 2 Pe, «el día del juicio» (3,10).

DAVID.

Los tres sinópticos insertan la perícopa en que Jesús niega que el Mesías sea el hijo/sucesor de David (Mc 12,35-37 par.), es decir, que, a imitación de David, sea un caudillo nacionalista y guerrero, liberador por la violencia. En Mc, la denominación «hijo de David» es siempre peyorativa y denota al Mesías nacionalista (10,47s; 11,10; cf. Mt 20,30s; 21,9; Lc 18,38s), por oposición al «Mesías Hijo de Dios» (Mc 1,1; 14,61; cf. Mt 16,16).

En Mt, el título tiene también un aspecto positivo, el de restaurador de la gloria de Israel, aunque no con acciones guerreras e incorporando a Israel la humanidad entera (1,1; cf. 21,15). De José, Mt 1,20; Lc 1,27.
En Jn aparece el nombre de David solamente en 7,42, en una pregunta que se hace la multitud sobre la ascendencia del Mesías, a la que Jn no da respuesta. Se alude a David en 1,31.3: «tampoco yo sabía quién era», cf. 1 Sam 16,1-13. Para Jesús como «pastor» (10,11.14), cf. Nm 27,17; Ez 34,23; Sal 78,70s; Jr 30,9; Mc 6,34.
Jesús, descendiente de David: Rom 1,3; 2 Tim 2,8; Ap 5,5; 22,16.

CULTO.


En el NT, cuando los términos rituales o litúrgicos se refieren a judíos o paganos, designan acciones rituales (Heb 11,4; Hch 7,41; 14,13; Lc 1,23; Rom 9,4). Cuando el NT aplica estos términos a los cristianos, liturgia, culto y sacrificio son la vida misma (Rom 1,9: la proclamación; 12,ls: la existencia; 15,16: el anuncio del evangelio; Flp 2,17: la fe; 4,18: la ayuda económica; Heb 13,15s: la alabanza, la solidaridad). Para el sacerdocio de los cristianos, cf. 1 Pe 2,4s; Ap 1,5s; 5,9s). Excepto en Mt 5,23s, la enseñanza de Jesús nunca toma pie del antiguo culto.


CRUZ.

I. Suplicio romano para esclavos y criminales. Para los judíos, el crucificado era un maldito (Gál 3,13; d. Dt 21,23). Máximo insulto para los judíos, crucificar a su rey (Mc 15,26 par.); escarnio al crucificado (Mc 15,29-32).  

Jesús sufre la muerte como un criminal (Lc 2,37); horror y aceptación (Mc 14,33-36 par.; Jn 12,27s). En Jn, la hora de Jesús, que es la de su muerte (13,1), es al mismo tiempo la manifestación de su gloria/amor y de la del Padre (13,31; 17,1), expresión suprema de su amor al Padre (14,31) y victoria sobre el mundo (12,31). En consecuencia, Jn omite todo ultraje a Jesús en la cruz.  

Se pide la muerte para Jesús en nombre de la religión y de la Ley judías (Mc 14,61-64 par.; J n 19,7). Las autoridades religiosas fuerzan la mano a la civil Un 19,4.6.7.12.16); los poderosos se alían (Lc 19,47; cf. Hch 4,27). Jesús crucificado es lo opuesto a toda la expectación mesiánica de Israel (Mc 15,32 par.).  

II. Para Pablo, la cruz muestra el fracaso de la humanidad: lo que ésta ha condenado es lo que Dios aprueba (1 Cor 1,18-31); un saber que no reconoce a Dios es necedad (ibid. 20-21); la esperanza judía en un Mesías triunfador era una ilusión (ibid. 22s: «señales», cf. Mc 8,10s; Mt 12,38; 16,1 par.). La cruz invalida la grandeza humana y condena su orgullo (1 Cor 1,26-31); para los que se pierden es una locura, para los que se salvan, un portento de Dios (ibid. 18).  

La cruz deroga la Ley, causa de división entre el pueblo judío y los paganos (Ef 2,15s); libera de la deuda con la Ley acreedora (Col 2,14), del pecado (1 Pe 2,24). Volver a la Ley significa neutralizar el escándalo de la cruz (Gál 5,11); algunos lo hacen para evitar persecuciones (ibid. 6,12)  

III. Condición para ser discípulo es «cargar con su cruz» (Mc 8,34 par.), es decir, aceptar la hostilidad de la sociedad e incluso el riesgo de muerte por fidelidad a Jesús. Es gloria de Pablo la ruptura radical con el mundo simbolizada por la Cruz (Gál 6,14), que implica la ruptura con las pasiones y deseos de los bajos instintos (ibid. 5,24). Proceso de asimilación a la muerte de Jesús, que lleva a la resurrección (Flp 3,10s).

CREACIÓN.

I. En Mc 10,6 par. y 13,19 par., «el principio de la creación» equivale a "el principio de la humanidad». El término «creación» no se encuentra en Mt, Lc ni Jn. Jn, sin embargo, comienza con las primeras palabras del Génesis (1,1: «Al principio»), lo que pone a todo el evangelio en clave de creación (vse. Introducción al Evangelio de Juan), pero en vez de «crear/hacer» usa «llegar a ser/existir» (Jn 1,3.10.17), que deja indeterminado el modo de llegar a la existencia, sin limitarlo a «ser hecho»; será concretado por el verbo «nacer/ser engendrado» (1,13.18, etc.), que denota, no la creación de un ser por acción externa, sino por comunicación de vida.

II. Existe en Jn una diferencia entre proyecto (logos) y designio creador (tbéléma): el primero pertenece exclusivamente a Dios (1,1-4); el segundo es común al Padre y a Jesús (5,30; 6,38-40).

El proyecto creador (Jn 1,1) consiste en que el hombre alcance la condición divina (Jn 1,lc), en la existencia del Hombre-Dios, que se hace realidad en Jesús (Jn 1,14; 19,30), principio de la humanidad definitiva (nuevo Adán, el Hombre), dador del Espíritu (Jn 1,32).

El designio creador es completar por medio de Jesús la creación del hombre mediante la infusión del Espíritu (1,32; 3,5), para que el hombre no perezca, sino que tenga vida definitiva (3,16s; 6,39s; 11,25s). Por la comunicación del Espíritu, el hombre/carne pasa a ser hombre/espíritu (3,36; cf. 7,39). Este acabamiento del hombre exige su libre aceptación, su opción por el amor/vida (3,15.17.19). Pablo formula la nueva condición humana como «nueva creación/nueva humanidad» (2 Cor 5,17; Gál 6,15).

Formulaciones del designio: tener vida definitiva (6,40), nacer de nuevo (3,3,5), recibir la capacidad de hacerse hijos de Dios (1,12) o el Espíritu (1,32). Una vez realizado el designio comienza la realización del proyecto, «hacerse hijos de Dios» (cf. 14,4-6: el camino hacia el Padre) hasta alcanzar la condición divina, en paralelo con Jesús; quedará terminado en el discípulo cuando llegue a amar como Jesús ha amado (13,34; cf. 19,30).

El designio no se realiza solamente a nivel individual, sino también comunitario (cf. 6,39: «lo que me has entregado», neutro colectivo que denota a la comunidad como un todo; 6,40: «todo el que ... », distributivo). Ambos aspectos son complementarios: el desarrollo personal de la vida por la práctica del amor identifica con Jesús y con el Padre, integrando en el «uno» (17,22). La plena realización del proyecto no puede alcanzarse sin esta integración (17,22); el desarrollo total de la capacidad de amar sólo es posible en la integración e identificación con los demás, con Jesús y el Padre.

La actividad liberadora de Jesús se incluye necesariamente en la realización del designio. Mientras el hombre esté sometido a la opresión, al dolor y a la muerte, no ha terminado la obra creadora de Dios (5,17; cf. 5,3ss); de ahí que Jesús prescinda del precepto del descanso (5,9b; 9,14).

A partir de Jesús el designio se irá realizando en los hombres a través de los discípulos, a los que asocia a su misión (17,18; 20,21; cf. 14,15; 15,5.9).

III. Símbolos de la nueva creación: La primera acción de Jesús se sitúa en «el día sexto» (cf. Jn 2,1), el de la creación del hombre dando la clave para interpretar la actividad subsiguiente. El episodio del ciego se coloca claramente en la línea de la creación, por la mención del barro de Jesús (9,6); Jesús muestra al ciego el proyecto de Dios sobre el hombre, cuya plena realización es él mismo (9,35). En relación con el hombre creado por el Espíritu están las denominaciones «hombres adultos» (6,10), «mayor de edad» (9,21.23), peces «grandes» (21,11).

Así como la humanidad empezó por una pareja en un parque/jardín (paraíso), también su etapa definitiva empieza con la nueva pareja, Jesús y María Magdalena, figura de la comunidad  en el huerto/jardín (20,15ss).

CONOCIMIENTO.

I. En Jn, la diferencia entre ginosko y oida parece consistir fundamentalmente en que el «saber» o «conocer» denotado por el segundo verbo se da como adquirido, prescindiendo del modo como se ha llegado a obtenerlo, aunque a veces se indique en el texto (Jn 2,9; 4,42); ginôskô, en cambio, implica a menudo el modo de conocimiento: experiencia, intuición, trato, información, aprendizaje.

II. Conocer a Dios, el Padre. Jesús sabe quién es el que lo envía (Jn 7,29); su testimonio proviene de una experiencia personal (Jn 3,11: visión; cf. 1,18). Este conocimiento es amor recíproco e identificación (Jn 10,30.38; 14,10.11.20; 17,21).

No se puede conocer al Padre sino a través de Jesús (Mt 12,27; Lc 10,22; Jn 8,19; 14,7; cf. 1,18). Para el discípulo, la vida definitiva consiste en conocer personalmente al Padre, único Dios verdadero, conociendo a Jesús, el Mesías/salvador (Jn 17,3; cf. 12,45; 14,9); es el conocimiento basado en la relación Padre-hijo, efecto del Espíritu comunicado por Jesús.

III. Conocimiento de Jesús y los suyos.  a) Jesús conoce a los suyos con la misma cercanía e intimidad con que conoce al Padre (Jn 10,14s; cf. 10,27). No se puede saber quién es Jesús si no se descubre en él al portador del Espíritu, que le da su identidad de Hijo de Dios (Jn 1,31.33.34; cf. 1,26; 7,27s; 8,19) y marca su itinerario (Jn 8,14; cf. 3,8). El trato con Jesús da ese conocimiento (Jn 14,9-11). El Espíritu produce en los discípulos la experiencia de la unidad de Jesús con el Padre y con ellos Un 14,20; 16,23). Jesús conoce el interior del hombre (2,24.25; 5,42; 6,15). Conocer el amor de Jesús (Ef 3,19), del plan de Dios (Ef 1,18s). El Espíritu da conocimiento (1 Jn 2,20).