domingo, 30 de octubre de 2011

HOMBRE.

I. Anthropos, individuo humano, hombre o mujer. «El hombre interior» en Rom 7,22, lo íntimo del hombre, la conciencia; en 2 Cor 4,16, lo interior por oposición a lo corporal; 1 Cor 2,11, lit. «lo del hombre» = lo propio de cada hombre, la manera de ser; Mt 16,23 par., lit. «lo de los hombres» = lo humano.

«Los hombres» puede significar el género humano (Jn 1,4.9), la mayoría de los hombres Un 3,19) o un grupo de personas (Jn 6,10.14). En los sinópticos, «[los] hombres» equivalen a lo que Jn llama «el hombre-carne», por oposición al hombre Espíritu (Jn 3,6); son los que profesan los principios de la sociedad judía (Mc 7,8; 8,24.27) o, más en general, también los paganos (Mc 9,31 par.).
«Varón» (gr. anér¡ denota al hombre adulto (Jn 1,13; cf. 1,30, de Jesús, connotando al «Esposo»): «marido» Un 4,16-18). En los evangelios se usa simbólicamente para designar al hombre acabado por el Espíritu (1,30; 6,10), en paralelo con la expresión «ser mayor de edad» (9,21.23) y con el símbolo de los peces «grandes» (21,11).

II. La locución aramea para designar al individuo humano era bar 'nasha, hijo de hombre, hombre. En Dn 7,13, en contraposición a las cuatro fieras mencionadas antes (7,2-12), aparece un «como hijo de hombre», es decir, una figura humana (cf. Ap 1,13).
La forma determinada «el Hijo del hombre» significa el Hombre en su plenitud, el modelo de hombre. En los evangelios, siempre en boca de Jesús. «El Hombre» es el individuo humano de condición divina, por tener el Espíritu de Dios Un 6,27: «el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello»; d. 1,32s; 3,13) y, con él, poseer en la tierra la «autoridad» divina (Me 2,10 par.) y la libertad divina (Mc 2,28 par.). La misión del Hombre, rescatar a los oprimidos (Mc 10,45) provoca la hostilidad de «los hombres», hasta el punto de procurar su muerte (Mc 8,31 par.; 9,31 par.; 10,33s par.).

Es «un hombre» quien entrega «al Hombre» (Mc 14,21 par.). La calidad de vida que posee el Hombre le hace superar la muerte (Mc 8,31; 9,9.31; 10,34 par.). Se predican nuevos atributos del Hombre en su estado definitivo: la condición y realeza divinas (gloria, Me 8,38; 13,26 par.; Mt 19,28; 25,31) y, también en grado divino, la potencia de dar vida (Mc 13,26 par.; cf. 14,62).
En Jn, la expresión articulada «el Hijo del hombre/el Hombre» aparece 12 veces (1,51; 3,13s; 6,27.53.62; 8,28; 9,35; 12,23.34; 13,31. No articulada, con el significado «hombre», en 5,27.

Si el fundamento de la denominación «el Hombre» es la posesión del Espíritu de Dios, se deduce que la denominación no es meramente individual, sino inclusiva (cf. Mt 9,6.8), extendiéndose a todos los que participen del Espíritu y tiendan a la plenitud. «El Hijo del hombre/el Hombre» designa así primariamente a Jesús, pero se extiende a sus seguidores, en cuanto éstos, por medio de Jesús, han recibido el Espíritu (Mc 1,8 par.) que los constituye «hijos de Dios» (Mc 12,25) y, por el seguimiento de Jesús, caminan hacia la plenitud humana.
La expresión «el Hijo del hombre/el Hombre» designa, pues, a la nueva humanidad, dotada del Espíritu de Dios, cuyo prototipo y fundador es Jesús. La nueva humanidad constituye el reino de Dios, en cuanto sobre ella se ejerce su reinado (el Espíritu). Existe, por tanto, una correlación entre «el reinado de Dios» o actividad de Dios/del Padre en la tierra (dar vida/comunicar el Espíritu), y «el Hijo del Hombre/el Hombre», humanidad nueva sobre la que se ejerce el reinado.

La posesión del Espíritu que hace de Jesús «el Hijo del hombre» lo hace también «el Hijo de Dios». La primera denominación subraya su origen humano, la segunda, el divino. Lo mismo ocurre con sus seguidores. De ahí que en pasajes donde la denominación «el Hombre» se aplica particularmente a Jesús como paradigma del hombre, sus seguidores puedan ser designados como «[los] ángeles [santos]» (Mc 8,38; 13,27.32; cf. 1,13;12,25), equivalente, según la concepción del AT, a «hijos de Dios» (cf. Dt 32,8; Sal 29,1; 89,7; Job 1,6).
III. Psykhe (hebr. nefes): a) «aliento» (Hch 20,10), de donde «vitalidad», «vida», existencia (Mt 2,20; 6,25; 10,28.39; 16,25s; 20,28, y así en los otros evangelios; 1 Tes 2,8; 1 Jn 3,16; Ap 6,9; 8,9; 20,4); en sentido despectivo, «vidas humanas» = siervos (Ap 18,13).

b) el hombre en cuanto ser animado, viviente; sustituye a menudo al pronombre personal o al correspondiente posesivo (Mt 11,29; 12,18; 26,38; Jn 12)7; Rom 16,4; Heb 13,17; Sant 1,21; Ap 18,14); significando «persona/individuo» equivale a soma o pneuma.
c) el hombre en cuanto «yo» inteligente y libre.

IV. Soma no designa una parte del hombre, sino al hombre entero en cuanto tiene una existencia corporal que lo integra en el mundo físico, lo identifica y lo hace capaz de interacción y comunicación: el hombre en cuanto capaz de relación.
a) A veces el contexto subraya el aspecto corpóreo, como cuando se habla de la relación sexual (Rom 4,19; 1 Cor 6,13-20; 7,4) o se le identifica con los «miembros» y «órganos» (Rom 12, 4s; 1 Cor 12,12-26).

Otras veces designa la persona concreta, el «yo» (1 Cor 9,27; 13,13; Flp 1,20) o a la persona en cuanto actúa en determinadas circunstancias, correspondiendo más bien a «existencia» (Rom 12,1).
No hay existencia humana sin soma, ni aun después de la muerte (1 Cor 15,35-44), aunque e! cuerpo futuro no será animal, es decir, no de carne y hueso (lit. «carne y sangre», 1 Cor 15,50), sino espiritual (ibid. 15,44.46). Así como e! soma animal es medio de acción y comunicación en la esfera física, e! espiritual lo será en la de! Espíritu. Se conservará la estructura de la existencia humana.

En 2 Cor 5,1-10, Pablo usa un lenguaje cercano a la concepción dualista griega: e! soma se compara a un albergue que se deja al morir, a un destierro (ibid. 6,8): es e! cuerpo sujeto al sufrimiento. De una experiencia mística, en 2 Cor 12,1-4.
b) el soma, e! hombre en cuanto activo, destinado al Señor (1 Cor 6,13), está sujeto a influjos y de hecho está dominado por los bajos instintos (cf. IlIb) Y es instrumento de muerte (Rom 7,24) o está muerto (Rom 8,10s), hay que dominarlo (1 Cor 9,27) con la ayuda del Espíritu (Rom 8,13). En los LXX e! hebr. basar se traduce por soma y por sarx, de ahí soma = sarx en Rom 6,12; 8,13.

 V. Sarx a) el ser de carne y la carne misma que lo forma (1 Cor 15,39; Sant 5,3; Ap 17,i6); con fórmula más enfática, «carne y hueso» (lit. «carne y sangre», Mt 16,17; 1 Cor 15,50; Gál 1,16; Ef 6,12; Heb 2,14): el hombre en cuanto débil, mortal, corruptible (Heb 5,7; 1 Pe 1,24). Como pneuma, psykhe y soma, puede designar simplemente a la persona, acentuando más o menos las connotaciones dichas (2 Cor 7,5: «mi pobre persona»; Ef 5,29). «Vivir en la sarx» = la existencia humana, la vida en este mundo (Gál 2,20; Flp 1,22). La relación de parentesco se funda en la sarx (Rom 1,3; 4,1; 9,3; 11,14).
De ahí pasa a significar lo material (Rom 15,27; 1 Cor 9,11; Gál 3,3), lo exterior (Heb 9,10), la apariencia (2 Cor 5,16), lo débil, mortal, transitorio, lo propio humano con sus limitaciones (1 Cor 5,5; 7,28; 2 Cor 10,3; 11,18; Flp 3,3s).

b) La debilidad de! hombre no es sólo física, sino también moral; en Pablo, sarx denota e! estrato del ser donde arraiga e! pecado (Rom 7,25), la esfera de! egoísmo y los bajos instintos (Rom 7,18; 13,14; Gál 5,13), fuente de pasiones y deseos (Gál 5,16.24; Ef 2,3), que llevan a inmoralidad y arrogancia, rivalidad, envidia, ira, partidismos (1 Cor 3,3; Gál 5,19-21), miras interesadas (2 Cor 1,17; 10,2s), amor propio (Col 2,18.23).
Vivir sujeto a los bajos instintos (Rom 7,5) significa estar en rebeldía contra Dios (Rom 8,7s) y lleva a la muerte (ibid 13). Inmoralidad pagana (Rom 1,21.32).

Antítesis de los bajos instintos es el Espíritu de Dios (Rom 8,4-6; Gál 5,17), que permite al cristiano liberarse de ellos (Rom 8,13).
VI. En Jn, la humanidad es objeto del amor de Dios (3,16) y, por tanto, del de Jesús, cuyo amor (Espíritu) es el del Padre (1,32s). De ahí que Jesús no excluya a nadie de la salvación que ofrece (12,47) ni eche fuera a ninguno de los que se acercan a él (6,37).

Para Jn, el hombre, nacido de «la carne», no está aún terminado; necesita un nuevo nacimiento, es decir, la infusión de un nuevo principio vital, e! Espíritu, que acabe su ser (3,6).  Este acabamiento de la creación del hombre depende de la aceptación libre del amor de Dios, que en el Hijo único ofrece vida a la humanidad entera (3,16).


El designio de Dios sobre el hombre no se limita, por tanto, a dar existencia a una criatura débil y mortal «<carne»), sino que se propone darle la vida definitiva que supera la muerte. El designio de Jesús, que es el del Padre, consiste en dar al hombre esa vida, comunicándole el Espíritu (3,5s; 20,22).

HIJO.

I. «Hijo» traduce dos términos griegos: téknon, nacido de, e hyiós, hijo. El primero se usa para indicar la descendencia carnal (Mt '7,11 par.; Lc 16,25; Jn 8,39) o metafórica (Mt 3,9 par.; 23,37; 1 Jn 3,10); también como expresión de afecto (Mc 2,5 par.; 10,24; Jn 13,33, «hijitos»; 1 Cor 4,14.17; 2 Cor 6,13; Gál 4,19; 2 Tim 1,2; Flm 10); «hijos de Dios» (Rom 8,16s; 1 Jn 3,1s).

El gr. pais, chico, (4,51) y su diminutivo paidion, chiquillo/niño (Mt 18,2-4; Mc 9,36s; 10,14s; Lc 9,47s; Jn 4,49: 16,21) denotan ante todo la poca edad, implicando inferioridad y dependencia, comunes al hijo menor de edad y al siervo; paidarion, muchacho Jn 6,9), se usa de cualquier servidor adulto (cf. Jue 17,7s; 2 Sm 1).
Hyiós, se emplea de un hijo genérico Un 5,19); se aplica a Jesús, «el Hijo», sin más determinación (Mc 13,32 par.; Jn 3,17.35.36; 5,20ss; 6,40; 8,35s; 14,13; 17,1); también determinado como «el Hijo de Dios» (Mt 16,16; 26,63; Jn 1,34.39; 5,25; 10,36; 11,4.27; 17,1: «tu Hijo» 20,31; d. 19,7; Mc 1,11 par., voz del cielo; 9,7 par.; cf. 15,39) o «el Hijo del Hombre/el Hombre» (Mc 2,10.28 par.; 8,31 par; Jn 1,51; 3,13s; 6,27.53.62; etc.; cf. 5,27: «hijo de hombre» = «hombre»).

Existe un modismo semítico común que utiliza el morfolexema ben (hebr.) o bar (aram.), que, en su uso lexemático, significan "hijo», para expresar una relación estrecha entre dos realidades (en gr. con téknon o hyiós). La relación expresada puede ser muy varia: destino: «hijo de la perdición», el que va a la perdición Jn 17,12; 2 Tes 2,3; cf. Mt 23,15; Ef 2,3); participación: «hijos de la rebeldía» (Ef 2,2: rebeldes); estado, condición: «hijos de luz» (Ef 5,8 ; Jn 12,36: los que viven iluminados); dedicación: «hijos del tálamo», los amigos íntimos del novio, que cuidan de todo lo relativo a la boda (Mc 2,19 par.); pertenencia: «hijo de hombre» Jn 5,27: individuo de la raza humana), u otras. También por semitismo, «hijo» puede significar «discípulo» (Mt 11,19; 17,11; Mc 10, 46; Lc 7,35; Ap 2,23).
«El Hijo del hombre/el Hombre» indica la condición humana (cf. Jn 5,27: hijo de hombre/hombre) realizada en Jesús con la excelencia y plenitud que lo constituye en el modelo de hombre, la cumbre de la humanidad .

Dos veces, aplicada a Jesús, aparece en Jn la expresión «el Hijo único de Dios» (3,16.18). «Unigénito/Único» (gr. monogenési, sobrentendiendo «hijo» aparece en 1,14; con «Dios» (gr. theós), en 1,18: «un Hijo único, Dios».
«Hijo» se emplea para varios personajes: Jesús «hijo de José» Jn 1,45; 6,42) o de María (Mc 6,3); Simón el hijo de Jonás/Juan (Mt 16,17; Jn 1,42; 21,15-17); «hijos de Zebedeo» (Mt 27,56); de Jacob Un 4,5.12); el discípulo respecto a la madre Jn 19,26).

II. En los evangelios, la relación padre/madre - hijo/hija se usa como figura de la de dominador-dominado (Mc  5,21ss par.: la hija de Jairo; 7,25ss par.: la hija de la sirofenicia; Jn 4,46b ss: el hijo de! funcionario), de la de englobante-englobado (Lc 7,12: madre viuda [Israel] e hijo muerto [pueblo», o ambas desdoblan una más genérica (Mc 9,14ss par.: e! padre y e! hijo representan dos aspectos de la multitud, la esperanza y la desesperación).
III. a) En Juan, la denominación más usada por Jesús para designarse es «e! Hijo» (17 veces), que resume e! significado de «el Hijo del hombre/el Hombre» (12 veces) y «e! Hijo de Dios» (9 veces) o «e! Hijo único de Dios» (2 veces).


«El Hijo de Dios» designa a Jesús como al que posee la plenitud del Espíritu de Dios, denotando la relación particular y plena que tiene Jesús con e! Padre. La expresión se encuentra por primera vez en boca de Juan Bautista, expresando el efecto de la bajada del Espíritu sobre Jesús (1,32.34). A esta consagración con e! Espíritu asocia Jesús mismo su calidad de Hijo de Dios (10,36).
La denominación «el Hijo único de Dios» (3,16.18; cf. 1,14) alude al episodio de Abrahán, que acepta la muerte de Isaac (Gn 22,2ss); el Padre acepta la de Jesús por amor a la humanidad (3,16). La condición divina de! Hijo único se afirma en 1,18: «un Hijo único, Dios» y, simbólicamente, en el  pasaje donde Jesús camina sobre e! mar (6,19; cf. Job 9,8). 


La calidad de la relación de Jesús con el Padre se expresa en 5,18: «llamaba a Dios su propio Padre» (cf. 1,41: «su propio hermano/su hermano carnal»). La relación no es exclusiva (ausencia de artículo en gr.): a través de Jesús, todo discípulo participará de ella, pues el Padre los ama a ellos como a él (17,23; cf. 20,17: «mis hermanos»).
b) El término «el hijo» denota un hijo adulto (cf. Gál 4,4-7), a quien el Padre hace igual a sí comunicándole toda su riqueza/gloria (1,14), dándole libre disposición de lo que posee (3,34) y enseñándole todo lo que sabe; lo capacita así para ejercer una actividad igual a la suya (5,19). La relación padre-hijo es, pues, una relación entre adultos e iguales. Jesús aparece así desde el principio como igual al Padre, quien se le ha comunicado enteramente con el Espíritu; por poseer la misma capacidad de amar que el Padre, que es Espíritu (4,24), posee la condición divina.

IV. Los que aceptan la Palabra/proyecto de Dios hecho carne y venido al mundo nacen de Dios y reciben la capacidad de hacerse hijos de Dios (1,12s). Para Jn, por tanto, «ser hijo de Dios» no se identifica simplemente con «nacer de Dios». «Ser hijo» significa parecerse al padre por la semejanza de conducta y actividad: el hombre se hace hijo de Dios a medida que va siendo capaz de un amor gratuito y generoso como el del Padre; al amor total corresponde la plena condición de hijo.
El mandamiento de Jesús (13,34), que propone como meta un amor igual al suyo, invita a hacerse hijo de Dios. Otra imagen para expresar la realización progresiva de la filiación es la del «camino hacia el Padre», que es Jesús mismo (14,6).

La condición de hijo es la de libre, por oposición al descendiente esclavo que no participa de la herencia (8,35s). La muerte de Jesús constituirá el nuevo pueblo, integrado por el resto del antiguo y por «los hijos de Dios dispersos» (11,52), pertenecientes a otros pueblos (cf. 10,16).

HERMANO.


El término «hermano» (gr. adelphós) puede designar al hermano carnal (Mt 4,18.21; 10,2, etc.); así en Juan, especificado por «propio» (gr. ídios), de Andrés y Pedro (1,41). Puede también designar a los parientes próximos en línea colateral y, más ampliamente, a los del 
mismo pueblo o región o a los hermanos de raza (Mt 5,22.23s.47; Hch 2,29.37; 3,17; 7,12, etc.).


Por oposición al hermano carnal, «los hermanos de Jesús" designan en Jn a los judíos de la región de Galilea de donde provenía Jesús (2,12; 7,3.5.10: «su gente»). Representan al pueblo que niega su adhesión a Jesús (7,5), por profesar los valores «del mundo» que lo odia (7,7). Paralelamente, en los sinópticos (Mc 3,31-33 par.; 6,3 par.; cf. Hch 1,14).

Designa también a los miembros de la comunidad de Jesús (Mt 7,3-5 par.; 18,5.15.35; 23,8, igualdad; Mc 10,30; Lc 22,32; Jn 11,1ss; 20,17; 21,23; 1,13; 7,1.4; 8,12, etc; 1 Cor 1,1; 6,5; 7,15 cristiano; 2 Cor 1,1, etc; Heb 2,11; Sant 1,2; 1 Pe 5,12; 1 Jn 2,9). Equivale a la denominación «amigo» Un 11,11; 15,13-15).

GRACIA.

I. En Mt y Mc no aparece el térrnono kharis; en Lc, en sentido propio, como en el AT, en 1,30; 2,40.52; 4,22. El favor de Dios está expresado en la buena noticia (evangelio), que es Jesús mismo y su obra (Mc 1,1), el reinado de Dios que está cerca (Mc 1,15).

En Jn aparece kharis en el prólogo (1,14.16s), unido a alétheia, traduciendo la expresión hebrea besed tue-íemet, lealtad y fidelidad o, mejor, amor y lealtad (cf. Sal 136), amor leal, que es el contenido del mensaje y que se ha realizado con Jesús el Mesías (1,17).
II. En las cartas se suele invocar el favor de Dios sobre los destinatarios, ordinariamente unido con la paz, al principio (Rom 1,7; 1 Cor 1,3; 2 Cor 1,2; Gál 1,3; 1 Pe 1,2, etc.) y en las despedidas (Rom 16,20; 1 Cor 16,23; 2 Cor 13,13; Gál 6,18, etc.).

a) Todas las etapas de la salvación se deben al favor o generosidad de Dios: el plan salvador (Ef 1,6.7; 2,5.7.8), manifestado en Jesús Mesías (Tit 2,11), el llamamiento a ser cristiano (Gál 1,15), la salvación por la fe (Ef 2,8), la esperanza (2 Tes 2,16), la rehabilitación (Rom 3,24; Tit 3,7), la promesa (Rom 4,16).
El cristiano, rehabilitado por la fe , vive en paz con Dios y en situación de gracia ante él (Rom 5,ls; Gál 5,4; Heb 4,16), consecuencia de la «gracia», indulto o amnistía que Dios ha proclamado a través de Jesús Mesías (Rom 5,15).


b) El régimen de gracia se opone al régimen de Ley (Rom 6, 14s; Gál 5,4), como la confianza y relación filial con Dios se opone al orgullo del propio esfuerzo. Hay que corresponder al favor de Dios (2 Cor 6,1).
Manifestaciones del favor de Dios son los carismas; Pablo lo afirma con frecuencia de su apostolado con los paganos (Rom 1,5; 12,3; 15,15; 1 Cor 15,10; Gál 2,9; Ef 3,7s).

GLORIA.

I. El término gr. dóxa traduce el hebr. kabod y conserva las acepciones de éste: riqueza, esplendor. Puede ser divina o humana. En este último caso denota el brillo del rango social y el honor que se le tributa.
En el AT, la gloria que manifestaba la presencia de Dios revestía formas visibles: nube (16,7.10; 24,25s), fuego (Ex 24,17), columna de nube o de fuego (Ex 40,38; Nm 14,14); podía tener carácter amenazador (Ex 16,75s; Nm 14,10-39). Moisés quiso ver la gloria de Dios, pero no pudo ver su rostro porque esto le habría causado la muerte (Ex 33,18-23; 34,6-8).

En Jn, el verbo doxázé, «glorificar», tiene a menudo sentido manifestativo, «manifestar la gloria» (7,39; 11,4; 12,28; 13,31s; 14,13; 15,8; 16,14; 17,1.4s.10; 21,19; cf. 2,11), cf. LXX Ex 14,4-7; Lv 10,3; Is 24,23; 66,5, etc.
II. En Mt y Lc, «la gloria» se aplica al esplendor de los reinos terrenos (Mt 4,8 par.; 6,29: «Iasto»). Al resplandor que manifiesta la presencia divina (Le 2,9) y a la alabanza, respuesta a la manifestación (2,14).


En Mc, el término «gloria» se encuentra tres veces: 8,38, donde la llegada del Hombre se realiza con «la gloria de su Padre», es decir con la condición y realeza divinas; 10,37, donde, en boca de los Zebedeos, «la gloria» de Jesús significa su entronización como rey de Israel; 13,26, en el mismo sentido de 8,38. El mismo significado en los paralelos de Mt y Lc; d. además Mt 19,28; 25,37.

III. En Jn, la gloria divina se identifica con el amor y lealtad de Dios (1,14) y con el Espíritu (1,32).  Se expresa como «gloria» en cuanto es riqueza y esplendor; como «Espíritu» en cuanto es fuerza y principio vital; como «amor leal», en cuanto es benevolencia y actividad que se traduce en don.
a) Jesús posee la plenitud de la gloria/amor de Dios (1,14), riqueza del Padre que él recibe como Hijo único y heredero universal (1,14; cf. 3,35; 13,3). Juan Bautista expresa la misma realidad dando testimonio de haber visto bajar del cielo al Espíritu, la fuerza del amor de Dios, y permanecer en Jesús (1,32s).

La comunicación de su propia gloria (= amor/Espíritu/vida) es el gesto supremo de comunión por parte de Dios y realiza la unidad del Padre y del Hijo (1,14; 17,22; d. 10,30; 17,11), hasta el punto de que ver a Jesús es ver al Padre (12,45; 14,9), dar la adhesión a él es dársela al Padre (12,44; 14,1), conocer a Jesús es conocer al Padre, único Dios verdadero (17,3). La presencia de la gloria de Dios en él constituye a Jesús en el nuevo santuario (2,19.21); la comunicación de la gloria/Espíritu hace de los hombres santuario de Dios (1,17; 7,39).
b) La gloria/amor se manifiesta en toda la actividad de Jesús como dador de vida (11,4.40), pero alcanza su expresión suprema en la cruz, cuando Jesús acepta voluntariamente su muerte por amor al hombre, para comunicarle vida (el Espíritu) (19,30.34). La manifestación plena de la gloria/amor en la cruz continúa para siempre (cf. 17,24); así lo simboliza el costado abierto después de la resurrección (20,20.27), de donde sigue fluyendo el agua del Espíritu (19,34).

Jesús manifiesta la gloria del Padre (1,14), manifestando en su actividad la del Padre en favor del hombre (9,4). Los «hermanos» de Jesús (<<su gente») le proponen una manifestación que él no acepta; es la del poder y la fama, no la del amor (7,3s).
Jesús comunica a los suyos la riqueza (gloria) de su amor (el Espíritu), que él ha recibido del Padre (17,22; d. 1,16s); realiza así la unidad de los suyos con él y con el Padre (17,22).

c) Jn distingue entre la gloria que viene de Dios y la que dan los hombres (5,41.44; 12,13), así como entre buscar la propia gloria y buscar la de Dios (7,18; 8,50.54).
Procurarse gloria humana significa cuidarse del propio rango y prestigio aun con perjuicio de los demás (12,42s; d. 5,44). Este afán es incompatible con la gloria que viene de Dios (el amor leal, 5,42.44), que lleva al hombre a dedicarse al bien de los demás despreciando la gloria mundana y aun dejando la vida en la empresa. Quien busca su propia gloria comete injusticia y no es digno de fe (7,18). Se busca la gloria del Padre (la manifestación de su amor) cuando se trabaja por llevar a cabo su obra (17,4; cf. 4,34; 6,39s).

IV. En las cartas aparece la gloria como atributo divino (1 Pe 4,11), como presencia de Dios (Rom 3,23; 2 Cor 3,18; Ap 21,23), alabanza (Rom 3,7; Flp 1,11; Heb 13,21), como resplandor (2 Cor 3,7.11). La frase "dar gloria a Dios» significa con frecuencia «dar la razón a Dios/reconocer que Dios tiene razón/dice verdad" (Rom 4,20; Ap 11,13; 14,7; 16,9; cf. Jn 9,24).

FRUTO.

I. En los sinópticos, «el fruto» puede designar metafóricamente la conducta que corresponde a una actitud interior (Mt 3,8.10 par.), y que sirve de criterio para conocer la actitud (Mt 7,16.20; 12,33 par.). La antigua alianza no ha dado fruto (Mc 11,12-14 par.; 12,2 par.; Lc 13,6-9). Fruto del mensaje de Jesús (Mc 4,8.20 par.), que en Mc 4,29 se identifica con el hombre que está dispuesto a la entrega total (<<cuando el fruto se entrega»). Por semitismo, «el fruto del vientre» (Lc  1,42).
II. En Jn, «el fruto» designa metafóricamente el resultado de la actividad de Jesús y de los suyos. La metáfora forma parte de diferentes conjuntos simbólicos: a) en la imagen del grano de trigo (12,24) y en la alegoría de la vid se concibe el fruto como fecundidad y expansión de la vida que se posee (15,2.4.5.8). b) Según otra imagen, el fruto necesita un trabajo preparatorio (siembra) y otro de recolección (siega) (4,35s) y es fuente de alegría para sembrador y segador (4,35-37). e) «La pesca» es imagen del trabajo de la misión (21,3), cuyo fruto está representado por «los peces» (21,6.8.11) y «el pescado» (21,9.10.13).

Según las diversas imágenes que describen el fruto, éste se concibe de dos maneras: a) como fruto objetivo, los hombres en quienes se realiza el designio divino (1,17: el amor leal; 3,17: la vida definitiva)en correspondencia con las metáforas de la siega y los peces; b) como fruto subjetivo, la expansión y aumento de la vitalidad del que lo produce, según las imágenes del grano de trigo y de la vid. El fruto objetivo es crecimiento en extensión; se acrecienta la nueva humanidad (cf. Rom  1,13; Flp 1,22). El subjetivo, crecimiento en intensidad, avance en el camino hacia el Padre (14,6s), mayor realización de la calidad de hijo de Dios (1,12; cf. Gál 5,22s).
El fruto objetivo se basa en la comunicación, por el amor, de la vida que se posee. Condición para producirlo es poseer vida permaneciendo unidos a Jesús (15,4); quien no tiene el Espíritu, la fuerza del amor, no puede ejercer la actividad del amor. Para que el fruto sea abundante es necesario que la actividad no esté limitada por miedo a las consecuencias (12,24s).

FIESTA.

I. Juan estructura la actividad de Jesús hasta su muerte (el  Día sexto) dentro de un esquema de seis fiestas. De ellas, la primera, la tercera (prácticamente la central por la conexión entre Chozas y Dedicación) y la última son fiestas de Pascua. Esto demuestra la importancia en Jn del tema pascual, en relación con la alianza.

Las fiestas tienen en Jn significado teológico. La Pascua, en particular, incluye los temas de la alianza y del éxodo, que sirven para interpretar la actividad de Jesús. Esta se concibe como la salida o liberación de la tierra de esclavitud,  que constituye un nuevo pueblo o comunidad humana con identidad propia; la nueva comunidad posee la carta fundacional de su alianza  y llega a la tierra prometida.
El tema pascual está presente en el prólogo (1,14: «acampó», «gloria", cf. Ex 40,34-38); más adelante, en la mención del Cordero de Dios (1,29). El cambio de alianza se anuncia con la oposición entre Moisés y Jesús Mesías (1,17).

II. La primera Pascua (2,13) es el momento de la manifestación mesiánica de Jesús en el templo, centro y símbolo de la institución judía (2,15: el azote). En ella hace su denuncia del templo (2,14-16) y anuncia su sustitución (2,19.21). Su acción profética de hacer salir el ganado del templo (2,15) anuncia su intención de hacer salir al pueblo de la institución que lo oprime y explota (10,1ss; tema del éxodo). «La Pascua de los Judíos» Un 2,13), fiesta oficial, ha dejado de ser «la Pascua del Señor».
La segunda Pascua (6,4). Frente a la Pascua de la institución judía, propone Jesús una muestra anticipada de lo que será el éxodo del Mesías. Temas; el paso del mar (6,1), el monte (6,3.15), la tentación (6,6), la infidelidad (6,15), el maná (6,31.58) con mención explícita de Moisés (6,32), el cordero pascual (6,51: carne y sangre), la Ley (el pan y la comida, 6,51ss), la incomprensión (6,30), la muerte en el desierto (6,49.58), la tierra prometida (6,21). El éxodo de Jesús cumple lo escrito Por Moisés (5,46) y se realiza a partir del territorio dominado por la institución judía (6,1, paso del mar).
La tercera Pascua es al mismo tiempo «la de los Judíos» (11,55), que no llegará a celebrarse (19,42: la preparación), y la de Jesús (12,1; 13,1). En ella será sacrificado el verdadero Cordero, a la hora sexta del día de la preparación (19,14), se cumplirá el éxodo de Jesús, su paso al Padre (13,1), se constituirá el nuevo pueblo/la nueva humanidad (19,23-27), se dará el Espíritu, que toma el puesto de la Ley (19,30.34). Está precedida de una expectación de seis días (11,55; 12,1), que realza su importancia; corona el ciclo de las seis fiestas y da comienzo a la fiesta nueva y definitiva.

III. Una fiesta de los Judíos, sin nombre (5,1), es el símbolo de toda fiesta y sirve para contraponer la situación del pueblo a la indiferencia de los dirigentes que lo oprimen. La narración tiene por trasfondo el pasaje de Ez 36, 38-37,lss, sobre los huesos que recobran vida. Tiene lugar en esta fiesta una gran controversia sobre el precepto del descanso (5,9b) o, de modo positivo, sobre la actividad liberadora de Jesús, que es la de Dios mismo (5,16-18). Su tema central es el criterio del bien: Jesús pone como único criterio el bien del hombre, por encima de toda institución o precepto; sus adversarios, la observancia de la Ley, aunque ésta impida el bien del hombre (5,10).
IV. En la fiesta de las Chozas (7,1-8,59), la acción se desarrolla dentro del templo (7,141-8,59), denunciado ya por Jesús en la primera Pascua (2,13ss) y que aparece como recinto de muerte incompatible con la presencia de Jesús (7,19.25.30.32.44. 45; 8,28.37.40.44.59). Los símbolos principales de la fiesta, el agua (7,37-39) y la luz, los aplica Jesús a su persona para describir su misión mesiánica.

V. La fiesta de la Dedicación del templo (10,22-29) recoge los temas de la sección anterior (9,4 y 10,25.37: la obras de Dios; 8,22 y 10,24: el Mesías; 10,1ss.26ss: las ovejas) y depende de ella. Aparecen los temas de la realeza (10,23: Salomón), el del Mesías ungido (10,24) y pastor (10,26: ovejas, alusión a David, cf. Ez 34,23), la consagración mesiánica y el título real de «Hijo de Dios» (10,36). Termina con el paso del Jordán (10, 40), que alude a la entrada en la tierra prometida.


FELIPE.

La figura de Felipe tiene relieve solamente en el evangelio de Juan. Llamada (1,43).

El apego de Felipe a las instituciones del pasado le impide comprender el modo de vida de la comunidad mesiánica, basado en el amor que comparte.  Jesús lo pone a prueba (6,5) y él no sale de las categorías del comprar/vender (dependencia de los que poseen), justificadas por el comercio del templo, denunciado por Jesús como sistema de explotación (2,14-16).

Aparece de nuevo Felipe en el episodio de los griegos que quieren ver a Jesús (12,21s). Judío de mentalidad, no se atreve a tomar la iniciativa apoyando la petición de los griegos; va a consultar a Andrés, más cercano a Jesús (1,39), y ambos van a consultarlo a Jesús.

Aparece Felipe por última vez en la Cena (14,8-10). Muestra allí no haber comprendido la calidad del Mesías, en quien reside el Espíritu (1,32s), la plenitud de la gloria del Padre (1,14) y es su presencia entre los hombres.

Concebir al Mesías al modo de Felipe, como un delegado o representante de Dios (cf. 12,13: "el que llega en nombre del Señor") y no como su misma presencia es propio de los que piensan en categorías del AT.