I. En Mt, las bienaventuranzas toman el puesto de los mandamientos de la antigua Ley. Distingue Mt los mandamientos de Dios en la antigua alianza (15,3; 19,17; 22,36-40), Y el de Moisés (19,7), de las bienaventuranzas, mandamientos mínimos de Jesús (5,19), a los que se refiere Jesús 'en la misión final (28,20: «todo lo que os mandé»). De otro modo, formula su mandamiento/seguimiento como «mantenerse despiertos» (24,42s; 25,13; cf. 26,38.40s).
En Mc, se contradistingue el mandamiento de Jesús, «mantenerse despiertos» (13,34.37), de los de Dios (7,8.9; 10,19; 12,28-31) Y del de Moisés (10,3.5). Aparece así Jesús tomando el puesto del legislador humano y del divino; es la figura del Hombre-Dios (cf. 2,10.28). Como en Mt, el paralelo con la recomendación de Jesús en Getsemaní (14,34.37s), muestra el significado del mandamiento: hacer suya la disposición de Jesús de afrontar incluso una muerte sin gloria con tal de cumplir el designio del Padre. Es otra formulación del seguimiento hasta el fin (cf. 8,34).
II. En Jn, el término gr. entolé, aunque en boca de Jesús no tiene sentido de «mandamiento», sino de «encargo», se traduce por «mandamiento» para conservar la oposición a los de la antigua alianza, que nunca en Jn se llaman entolai ni remata, por haber sido sustituidos por los de Jesús.
a) Existe un mandamiento/encargo del Padre a Jesús; entregar la vida para llevar a cabo la obra de salvación (10,18; cf. 3,16; 18,11). Por otra parte, el Padre le dio un «mandamiento» sobre lo que tenía que decir y que proponer (12,49), que no es independiente del anterior(10,18). Significa que la doctrina de Jesús no es más que la propuesta a los hombres de una entrega semejante a la suya, como la formula en su mandamiento a los discípulos: «Igual que yo os he amado, amaos también vosotros unos a otros».
También es nuevo por su contenido (<<unos a otros-): en la antigua Ley el hombre había de amar a Dios sobre todo (Dt 6,4s), pero con su amor y fidelidad humanos; Dios estaba «separado» del hombre y podía ser «objeto» de amor. Ahora Jesús comunica el Espíritu, la fuerza de amor del Padre mismo (15,26), que identifica con Jesús y con el Padre (14,20). Dios no exige que el hombre se entregue a él; él se entrega al hombre como fuerza de amor, por la que el hombre puede, a su vez, entregarse a los demás. Los discípulos aman «desde Dios», siendo uno con el Padre y el Hijo (17,21-23). Por eso el mandamiento de Jesús no prescribe ya el amor de Dios, sino el amor entre los hombres.
d) Existe un paralelo entre el uso de «mandamiento/mandamientos» y el de pecado/pecados» (1,29; 8,21.23.34; 20,23). En ambos casos el singular denota la opción fundamental: por el amor al hombre hasta dar la vida (mandamiento) o por el provecho propio hasta quitar la vida al hombre (pecado; cf, 8,44). Mandamiento y pecado son, por así decirlo, constituyentes; cada uno funda una solidaridad: el pecado da existencia al «mundo/orden este», la esfera sin Dios (8,23: «lo de aquí abajo»); el mandamiento da existencia a la comunidad de Jesús, la nueva humanidad, esfera de Dios o del Espíritu (8,23: «lo de arriba»).
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